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viernes, 31 de diciembre de 2010

30 de diciembre, una sonrisa.

Hace poco más de dos semanas que terminé el cuatrimestre en la universidad y desde entonces me he sentido aburrido y solo en casa puesto que prácticamente todos se dedicaron a hacer sus cosas en la calle y con los suyos. Traté de hacer un par de llamadas para salir a comer con alguien o simplemente invitarlo(a) a pasar algún tiempo juntos sin respuesta positiva o siquiera alentadora.

Pasé el día 24 de diciembre recostado en cama y con algunas llamadas telefónicas a las que atendí con mucho gusto por tratarse de personas que me aprecian en demasía. La verdad es que nunca había estado acompañado solamente de mi sombra, cuestión que no me pareció del todo mal puesto que por cuestiones personales y de fe tengo la necesidad de estar en casa. Pues bien, en algunos momentos de estas dos semanas me he sentido enojado conmigo y a veces llegué a pensar que realmente me merecía estar solo porque ese era mi destino y punto.

Algunas ocasiones me refugié en mis discos de música, punto que me está agradando porque eso de escuchar música a todas horas me resulta más que agradable y en otros momentos no me quedaba más que salirme al parque a ver a los patos nadar y a los niños jugar.

Pues bueno, la intención es contarles lo que me sucedió el día de ayer 30 de diciembre así es que pongan atención porque seguramente al final de estos párrafos me van a dar la razón. Corrió la mañana como cualquier otra cuando sin más sonó el teléfono de casa y mi hermano se levantó enérgicamente a contestarlo sabiendo que sería su prometida la que estaría del otro lado de la línea. Comenzaron a hablar entre ellos y al momento que terminó la conversación Manolo me comentó que iría con ella a comer a su casa y que por ende tendría que comer solo (otra vez).

Para el día de ayer me sobraban como cuarenta pesos para comer y no se me ocurrió una mejor idea que ir por un McTrio del día y eso fue lo que hice. Caminé a la plaza donde se encuentra el McDonald’s y me dispuse a pedir lo que había pensado. Tomaron mi petición y me mandaron formar a la fila donde uno se queda quieto esperando su comida rápida. Para ese rato ya estaba de malas porque tenía hambre y seguía con la idea de que realmente me merecía andar caminando solo por la calle. Para acabarla de joder me había dispuesto a observar cuánta gente andaba sola como yo y me topé con un cerote.

Para mi sorpresa ya estaba sentado en una mesa para dos personas justo a un lado del baño cuando vi a otra persona que se encontraba como yo. Cruzamos miradas y sonreímos los dos al mismo tiempo sin atrevernos a decirnos nada pero con ese sentimiento de necesidad de afectividad.

En fin, cruzamos las miradas y en no más de 10 segundos terminó nuestro encuentro. Seguí comiendo y de repente me dejaron bastante cerca a una niña de ocho o nueve meses, la mamá estaba pendiente de ver que la orden que había pedido saliera tal cual ella quería y pedía de manera constante el juguetito de la cajita feliz. La chavita que atendía a la señora amablemente le ofreció un par de ejemplares para que decidiera cuál de ellos tomar.

Idiotamente la señora dio a elegir a la niña cuál de ellos se quedaría, cuestión que a mí me pareció absurda puesto que un niño de ocho meses no puede decidir entre dos cosas casi semejantes. ¿Quién dice que alguien de ocho meses no puede decidir? Bueno, la niña tomó en cada una de sus manos un juguete y al de la mano izquierda le puso cara de desagrado e inmediatamente lo dejó en su carriola. Cuando observó el juguete de la mano derecha sonrió de una manera tan agradable, sincera, honesta y hermosa que cambió mi día de manera radical y de manera positiva.

Seguí comiendo y no pude dejar de sonreír y me pregunté ¿Qué pasaría si cada uno de nosotros le sonriera así al corazón y a los demás? Todo en este espacio geográfico cambiaría de manera exorbitante y la alegría se esparciría incuantificablemente pero cualitativamente alegre. Además, no habría personas comiendo solas o sin esperanzas de sentarse a conversar con alguien. Caras como esas son difíciles de olvidar, sonrisas de ese tipo prácticamente imposible dejarlas de recordar.

Gracias a la niña de la sonrisa honesta, aunque sea bebé.

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