Vistas de página en total

lunes, 31 de enero de 2011

Pasaron aquellos tiempos

Otra vez me escabullí unos cuantos días a la ciudad. El motivo o los motivos principales fueron cuestiones de fe y amistad. La primera era algo parecido a un trámite de mucha importancia en donde pude aprehender mucho más de lo que yo esperaba, la segunda (y no menos ni más importante) fue un aprendizaje tan poco conocido por mí que me resulta más que importante escribir sobre ello.

Me hospedé en la casa de un gran amigo, de esos anacrónicos, inseparable y honestamente “panas”. Al parecer tenía un problema tan grande como una adicción a un cierto narcótico tan caro como el moet y fácil de encontrar como la coca-cola. En fin, nos sentamos y cruzamos palabras. Él aceptó su error infantil y la necesidad que tiene de reencontrar a un amor perdido que vaga en sus sentimientos.

Platicamos como señoras en Vips y simplemente cada quién tomó su rumbo con sus respectivas citas. Al siguiente día simplemente fluyeron las acciones y el destino nos llevó a encontrarnos en una reunión en su sala. Yo llegué tarde y no sabía que estaban ahí, obviamente ellos ya tenían tiempo de peda y su estado emocional era radicalmente distinto al mío. En cuanto llegué me ofrecieron una caguamota tan fría como la expresión de los médicos, obviamente y por respeto acepté tomarme solo la mitad de ella y fue justamente ahí, a la mitad de la cervezota que me di cuenta que yo ya había pasado por todos esos momentos y detalles que cualquier persona debe pasar.

La llamada de los papás a media peda, las respuestas aparentemente bien pensadas y mal ejecutadas, las expresiones faciales desmedidas, la ruptura de vasos de vidrio, la canción que te hace recordar a esas personas que te hicieron sentir, la entonación de esa misma canción que solo tomado no te da pena cantar, la pérdida del sentido temporal y por ende de la hora que es, finalmente el nulo control emocional de aquellos que son novatos en el bebida y el aparente estado sobre alcoholizado de los que llevan tiempo tomando botellas de ochenta pesos el litro.

Me senté y observé todo lo que fui e hice hace unos cinco años, me boté de risa y no me quedó de otra más que seguir con lo que suponía era una cerveza familiar. Escuché todas las conversaciones con gran esmero notando con inmediatez lo que ya me había pasado hace tantos años. Recapacité y recordé que una gran compañera hace unos meses me dijo: -Lo que sucede es que tú te adelantaste a tus tiempos-, le di vueltas y vueltas al momento en que le ponía limón a la cerveza tibia dándome cuenta que esos ya no eran los lugares donde me sentía bien, que ya habían pasado aquellos tiempos.

Todavía renuente a mis circunstancias me atreví a preguntar por la edad de los demás, me di cuenta o más bien por enterado que prácticamente habíamos nacido con un año de diferencia y que terriblemente eran mayores que yo. Pensé que mis acontecimientos vitales simplemente habían sido distintos a los de ellos. Pasó la noche y llegó el día, una nueva conversación se cocinó y la única respuesta que me pudo dar una mujer de poco más de cuarenta años es que tenía un don tan grande que consistía en la sanación de las almas a través de mi oralidad, es decir, (y en sus palabras): -Ay hijo, parece que estoy escuchando a mi padre que en paz descanse-.

miércoles, 19 de enero de 2011

No me molesten más

Era yo un niño que aparentemente tenía problemas de socialización, uno de esos que nunca escogen para el fut del recreo, al que sólo los niños bien educados saludan por educación, de los que causan ternura mirar, con una voz bajita y delicada, con la piel tan blanca como la nieve con unos lentes que causaban sorpresa por su espesor.

Los peores años de mi vida fueron esos seis pinches largos ciclos en la primaria. Los maestros no me tomaban en cuenta e inclusive hasta las compañeras se burlaban de mí con tanto esmero que hasta he llegado a pensar que su única motivación para ir de lunes a viernes al colegio era joderme la vida. Hasta la directora, quien era una amargada, pensaba que mi estancia en cualquier escuela iría en la misma tónica que en aquel infierno infantil.

Mamá por su cuenta era de las pocas personas que confiaban en mí, era obvio que defendiera a capa y espada a su bebé. Por su parte creo que a papá sólo le causaba lástima y hasta pena ya que él era un gran ingeniero con reconocimiento en esas esferas y lugares donde sólo las personas de alcurnia asisten. Además de los pendejos de mis compañeros mi papá era el enemigo público, donde quiera que me veía le gustaba regañarme y hacerme menos a mí, su propio hijo. Con el tiempo me fui acostumbrando a los maltratos e insultos llenos de rencor hasta que un buen día el Señor lo llamó a sus terrenos donde seguramente no fue recibido.

Mis hermanos ni mencionarlos, ellos eran los que debían ayudarme y ni madres. Los muy ojetes sólo me hacían menos presumiéndome su íntima relación con mi padre y sus vidas llenas de éxitos rotundos. Nunca comprendieron mi situación vital, jamás se enteraron que nuestros estilos de vida eran diferentes y que yo simplemente aspiraba a tener otro tipo de bienestar, muy distinto al de todos los demás.

Regresando a la infierno de la primaria, yo era el blanco de todas las burlas y bromas. A mí me pegaban chicles en la banca y me tiraban los libros, me rayaban los cuadernos y además de todo los que hacían todas esas artimañas se lo hacían entre ellos y siempre me responsabilizaban a mí. El hecho de recordar todas esas cosas me dan risa, enumero a cada uno de mis compañeros y me repito lo que mi padre solía decirme: -No sirves para nada-.

Ahora han pasado los años y yo sigo con mi inestabilidad emocional, sin embargo me consuelo viendo a mi padre bajo tierra y a todos aquellos que me hicieron daño sufriendo por sus cuestiones maritales, económicas, crediticias y laborales. Sí, confieso haber sido un menso y confieso también haber sentido todos esos desprecios pero lo que jamás podré entender es porqué el Todopoderoso me llevó a su lado.

He estado pensando que el espacio temporal de las buenas almas es considerablemente más corto que el de los demás, quizá Él ya no quería que siguiera siendo lastimado y humillado. Me gustaría estar vivo tan solo por un minuto para hablar con mi madre y decirle todo lo que nunca pude decirle. Personas que me quisieron y me hicieron daño, este es un epitafio que estoy dictando puesto que sé porque he platicado con Él que ha llegado el momento de la verdad.

Hasta luego, no me molesten más.

domingo, 9 de enero de 2011

Hasta que vi perdidas las cosas.

Hace unos cinco seis meses salí con una compañera que parece mujer, aunque en realidad sigue siendo una niña vestida con pantalones de oficina y corte de cabello formal. Casi todos los días tenía unas tres llamadas perdidas de ella, no obstante que nos veíamos en la universidad todas las tardes. Cuando sus ojos me veían irradiaban más felicidad que la de un joven cuando recibe su primer auto, sus piernas flaqueaban cuando se acercaba a mí, sus gestos se hacían más y más obvios cada encuentro que teníamos, mis amigos me decían que ella me buscaba mucho y yo simplemente me hacía el desentendido.

Pasó un mes y los encuentros nocturnos de fin de semana se hicieron frecuentes, llegamos a un punto de “amistad” tan grande que ella dio el paso a cuestionarme lo que ninguna mujer debe preguntarle a un hombre que tiene educación de la calle como yo, y esto es: ¿Qué somos? Desde que me externó esa inquietud yo supe que quería tener una relación más seria conmigo y la verdad es que yo me tomé de eso para hacerle pasar un infierno a alguien que solo quería estar conmigo.

Mi actitud, que desde un principio comenzó con poco interés, se volvió bien propositiva con ella para su infortunio. Ella pensando que un hombre como yo se iba a fijar en alguien como ella. Sí, a mí lloviéndome mujeres y ella con su creencia que iba a cambiar. Ahora me da miedo tan solo pensar en eso, antes me daba risa que se volvían carcajadas el hecho de haber jugado con los sentimientos de esa, una mujer que solo quería quererme.

Debo confesar que mis amigos me ayudaron a tomar decisiones en mi aparente relación con aquella mujercita, ellos me decían que la maltratara puesto que era bien payasa y merecía pasar un mal tiempo, quizá como el que hizo pasar a muchos tantos hombres o quizá no. Pues bien, mientras ella intentaba enamorarme con todas las artimañas que las mujeres tienen, yo me defendía con mi ego de padrotito.

Contarles las vergüenzas que le provoqué sería tanto como publicar un manual de cómo hacer llorar a una mujer los 365 del año, sin embargo me retraigo a narrarles una de las tantas cosas que le hice. En una ocasión habíamos acordado vernos en un lugar puesto que íbamos a concretar unas cosas, esa misma tarde tenía la verdadera intención de estar con ella y pasar un rato agradable sin embargo se me cruzaron dos llamadas para ir con otra al mismo lugar. Pues bien, una vez ella dentro del lugar me aparecí con alguien más y la verdad es que no se me ocurrió pelarla en toda la noche. Bien o malhecho la verdad es que ver su cara de decepción me confortó.

Pues como cualquier persona cuerda ella decidió sin más ni más cortar nuestra relación de manera súbita. No creo merecerme eso si la verdad me comporté como un caballero, no hice sino lo único que sé hacer. Me cuesta un poco de trabajo reconocer que la perdí como se pierden unas llaves (nunca las vuelves a encontrar) y ahora no me queda de otra que buscarla y dejarle mensajes en el buzón de voz. Yo sé que más temprano que tarde ella contestará y volverá a caer enamorada una y otra y otra vez hasta que la vuelva a decepcionar. Quizá cambie o quizá no, esa es decisión mía y de nadie más. Por el momento tengo que cortar el relato porque quedé de salir con la mejor amiga de mi novia y está tocando el claxon insistentemente.