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martes, 21 de diciembre de 2010

Cinco días en el DF.


Narrar de manera clara y exacta mis cinco últimos días en el Distrito Federal sería transcribir mis pláticas con diversos taxistas o mi progreso espiritual, cuestión que realmente no me intersa que sepan puesto que una conversación con un taxista siempre versa sobre su conocimiento de la ciudad y sus calles o su desesperación por el tránsito, que al menos en Avenida Valljejo y Cuiltlahuac, es desesperante y agoviante. En cuanto al progreso espiritual, tratar de explicarles sería un tanto más difícil que entender en su totalidad a una mujer.

Sin embargo creo que debo dejar en claro que en estos últimos días noté que mi gustos no son tan refinados como algunos piensan ¿Cómo me di cuenta de eso? Fácil, haciendo introspección noté que los lugares “nice” simplemente no me hacen sentir íntegro. Podría enumerar los lugares y las circunstancias en las que estuve sin embargo sería complicado puesto que algunos conocen y algunos otros no pero la verdad es que entrar a centros comerciales como Antara en Polanco o algunos otros establecimientos caros no me hicieron sentir bien.

En cambio andar camine y camine en el centro, Bellas Artes, Colombia, Perú y todas esas calles en donde se siente el ambiente muy tenso, donde hay malas caras esperando encontrar quien se apendeje para robarle la bolsa o el teléfono me hizo sentir como pez en el agua, o mas bien como cerdo en el lodo. En esta ocasión no fui a dar la vuelta a la hermana república de Tepito porque no tenía a que ir puesto que no compré películas chafas o discos de a cinco varos. Ni tampoco a la Raza porque no tenía necesidad de comprar tenis o relojes robados.

A donde sí no le pude fallar fue a la Lagunilla, ese lugar tan colorido y versatil donde puedes comprar casi todo. Playeras con diseños “underground” de artistas poco conocidos e incomprendidos, marihuana con el dealer de ahí, semitas de carnitas acompañadas de pápalo, pantalones BMW, trajes Versace, tehuacanes preparados, playeras puma de las aventadas, abrigos de mink y un puñado más de cosas que en ningún otro lado puedes encontrar.

Todo lo anterior rozando codo a codo con personas totalmente desconocidas, algunas veces con olores bien poco agradables. No todo es hegemónico puesto que se ven personas de todo tipo: hippies, posh, rockers, skinheads, etcétera. Caminar por esas banquetas sucias rodeado de comerciantes expertos e inexpertos, escuchando música de todo tipo puesto tras puesto, oliendo los inciensos frutales y ese tan peculiar hedor a caño que caracteriza a la gran ciudad son sólo dos de las mil cosas que puedes sentir en el DF.

Debo reconocer que me gusta andar de peatón observando a las personas preocupadas por su aguinaldo o disfrutando unos tacos al pastor de Eje Central, me encanta ver cómo los perros de la calle son tan astutos como cualquier persona. Me molesta ver la situación dispar de los que se suben a la micro, combi, metro, metrobus, tren ligero, RTP, o trolebus. Pese a todo lo anterior dicto que como el Distrito Federal no hay ciudad que si quiera se le acerque en pluralidad.

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