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martes, 7 de septiembre de 2010

Todavía te amo

En repetidas ocasiones me han dicho que aparento no sentir ningún tipo de emoción, algunas personas creen que yo no sé querer a nadie y mucho menos amar a alguien. Ellos tienen sus puntos de vista sobre mí y sobre mi persona, mismos que quizá sean más válidos que los que yo hago de mí puesto que dicen que no es lo mismo ver las cosas desde la tribuna.

Cuando tenía 32 meses de vida comenzó mi vida estudiantil, era un niño que ya sabía ir al baño solo, que se limpiaba “las narices” (como decía mi nana) de manera incorrecta, que tiraba la piedra y escondía la mano, que le tenía miedo a la lluvia y a los truenos, que se alocaba cuando veía a mamá, que le pedía los brazos a su abuela, que veía el 5 a todas horas, que comía papitas de a tres pesos…quizá ese niño al que describo puede ser cualquiera, sólo que hay una gran diferencia entre los demás y yo: Yo a mis 20 años sigo enamorado de la miss Mónica.

Recuerdo perfectamente a mis otros compañeros y compañeras de clase, todos ellos eran más grandes y más altos, eso me convertía en el chiquito de la maestra, en el niño bonito al que peinaban de ladito, en el pequeñín que se quedaba dormido en clase. Quizá ese enamoramiento del que hablo no signifique sino una idiotez o algo similar, para mí la miss de primero lo era todo. Significaba mi mami de las nueve a las doce, era la amiga con la que platicaba en el recreo y con la que compartía juguito y papitas.

Sin saberlo sentía maripositas en el estómago cuando la veía, ¿qué significarían esas condenadotas mariposas? No lo supe sino hasta que fui joven, hasta ese momento entendí que en la vida hay amores que nunca se podrán olvidar y para mí la miss fue el primer amor de mi vida. Ahora que hago memoria alcanzo a recordar un par de días muy especiales, el primero de ellos era un típico lluvioso del Distrito Federal, me acuerdo muy bien que había un pasillito para que los niños no se mojaran, para mi poca fortuna yo no conocía ese corredor y me fui caminando hasta mi salón bajo la lluvia incesante hasta que apareció mi heroína corriendo como lo hace un velocista de cien metros planos hacía mí con una sombrilla para que no me mojara, una vez abierta la sombrilla me tomó de la mano, esbozó una sonrisa y su mano izquierda se hizo dueña de toda mi espalda.

El segundo día fue uno de los mejores en mi vida. Como yo pretendía ser un bebé que hablaba y caminaba obviamente me quedaba dormido casi al finalizar las clases. Sonaba el timbre que anunciaba el fin del día escolar y yo no sé si pretendía quedarme dormido o realmente lo hacía. Todos los demás salían formados para esperar a su mamitas, pero yo no. Yo me quedaba recostado en mi pupitre de madera hasta que la miss me tomaba entre sus grandes brazos y me cargaba hasta que mi mamá llegara por mí, eso sucedió una vez o quizá mil veces.

Ahora vivo con el recuerdo de sus brazos, pienso en ese olor tan peculiar que no tenía nada que ver con maestras, trato de rehacer su cara en mi cabeza y cada noche pienso en ella y cuando despierto pienso en ella no restándome mas que decir que todavía la amo.

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