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domingo, 20 de junio de 2010

No cualquier sábado

Corría un sábado como cualquier otro, con tránsito vehicular, gente que camina con pleno rayo de sol, transporte público lleno de personas cansadas del trabajo sabatino, un par de perros que se persiguen si darse cuenta que están a punto de ser arrollados por un automóvil. Varias parejas de novios de todas las edades y una librería. Me adentré en la librería, que cabe resaltar estaba un tanto polvosa, busqué unos cuantos títulos con tres resultados positivos. Compré el que me pareció mejor aunque estaba oscilando entre la decisión ya que se acerca el cumpleaños de mi hermano y pensaba adelantarle su regalo. Adquirí un título de Velasco por pocos conocido, quizá muy vendido mas no estudiado. Salí de la librería cuando el reloj marcaba una hora pasado el medio día, inmediatamente le quité el plástico que lo protegía del polvo, lo hojee y comencé con la lectura.


Esperé el camión, pasaron un par de ellos sin atender mi petición de parada. El tercero con algo de prisa se detuvo, me subí, pagué siete pesos, me senté a un costado de una señora con la espalda muy ancha y proseguí con lectura. Capítulo tras capítulo me estaba dando cuenta que una parte de mí estaba excelentemente descrita, posteriormente me di cuenta que en realidad no era yo sino una persona a la que estimo mucho, mi primo el mas chiquito.

Terminé mi odisea, llegué a casa, hice unas cuantas cosas pendientes que representaban urgencia, media hora de jeta necesaria vespertina por la acumulación de horas sin sueño, tareas inútiles por realizar, unos o dos recuerdos que me hicieron reflexionar de nuevo sobre mí, mi libro nuevo…el reloj marcaba las seis de la tarde, comenzaba a caer el sol, me cambié la remera y me apresuré a caminar de nuevo al lugar que en este par de meses he estado frecuentando: la parada del camión.

Otra vez en el camión muy bien acompañado me encaminé hacia lo que significa el clímax de este relato. Aproximadamente cuarenta y cinco minutos sobre el camión hasta que me desesperé, me bajé y tome un taxi hacia mi destino. Yo sabía lo que me esperaba pues se trataba de una celebración dedicada al padre de mi amigo, todo se podía traducir en baile, cervezas, tequila, risas, sonrisas, los mejores vestidos, la mejor camisa, un andador repleto de personas y personalidades, la madre de mi amigo, sus hermanas, sus cuñados y lo mejor de todo: Su señor padre.

Cuando vi a su padre me dieron ganas de llorar, se me vino a la mente la imagen de Don Daniel, mi Señor abuelo. Todo él paciente, sólo observando, contento a su modo, lleno de gente humilde, todos a su alrededor ofreciéndole todo, estrechando su mano, con una camisa que aparenta humildad, con una sapiencia inmensa, con ese discurso tan inteligente.

Pasaron las horas, el alcohol hizo de las suyas en unos cuantos. Comí birria con excelente compañía, comencé con un par de vasos de refresco, terminé con cinco cervezas. Me dieron la una de la mañana cenando con la familia de mi amigo en la calle. Durante el transcurso de la fiesta me preguntaba si así se sentían bien, al final de la fiesta me afirmé: Como me gustaría ser como ellos.

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