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lunes, 7 de febrero de 2011

Perdóname

Justo era media noche cuando bajaba las escaleras de la cantina donde había estado tomando alrededor de dos horas. Al momento de salir del lugar y de haber cruzado palabras con el cadenero y algunos comentarios con el viene viene recibí una llamada de la que hasta hace un par de meses era mi cuñada. Cortésmente atendí la llamada entrante para oír mentadas de madre e insultos que solía escuchar cuando tenía pocos años de edad. Obviamente no me dio ni un segundo para poder contestarle y pedirle que se calmara, que todo ya había pasado y que la culpa no la había tenido nadie. Aparentemente traía algo encima porque ella jamás hubiera empleado ese tipo de palabras que yo acostumbraba escuchar. Tras unos cinco minutos de haber manejado a casa y de que una mujer me hubiera destruido moralmente comencé a realmente ponerle atención y de la manera más cruel colgué el teléfono para tomar lo que restaba de la bebida que había sacado de aquel horrendo lugar.

La inmediatez con la que entró la segunda llamada consecutiva fue sorprendente, admirablemente aquella con la que había compartido alimentos en reiteradas ocasiones no se había cansado de recordarme lo que sería mi desgraciada vida a partir del día en que había abandonado al que se suponía era mi complemento vital. De nuevo pero ahora con mayor rencor colgué el teléfono puesto que ya habían sido demasiados insultos para una noche.

Pensaba en apagar el móvil cuando una tercera llamada me sorprendió puesto que no era mi cuñada ni nadie que me pudiera o quisiera hacer daño sino mi madre a las dos de la mañana, argumentando no poder dormir hablamos una media hora sobre el perdón y todo lo que conlleva. Ella fue la que cerró la conversación rematándome con una de esas frases que se nos quedan marcadas como una herida infantil, todavía recuerdo puntualmente haber escuchado: -Hijo, yo soy tu madre y toda la vida te perdonaré. Aunque seas un ladrón y aunque no tengas perdón yo tengo la labor de socorrerte-.

Tras haber llorado en silencio por las palabras de mi madre bajé del carro esperando no recibir ni una llamada más que alterara mis emociones cuando angelicalmente vibró de nuevo el celular. Ahora ya no era nadie mas que mi nuevo amor, la persona que había necesitado hace tanto tiempo, una de esas personas que son tan perfectas que causa incomodidad tenerlas cerca, un ser al que había engañado ocasión tras ocasión haciéndome la víctima del cuento.

Te quiero más que ayer me decía con una voz tan tierna como la de una viejecita diciéndoles palabras bonitas a sus nietos, una y otra vez me lo dijo que terminó por equilibrarme. Me pareció tan grande aquel detalle que decidí de manera firme contarle toda la verdad y confesarle que realmente no sentíamos lo mismo, que yo todavía recordaba a la otra persona que tantos sollozos me había producido. Realmente seguía acordándome no de la última pareja que tuve, sino del primer amor que tuve…de aquellos brazos sinceros que me reanimaron cuando peor estuve y que me abandonaron cuando mejor me sentía. Seguramente al haber escuchado mi decisión se sintió la persona más engañada del mundo y yo no esperaba que fuera de manera distinta.

Eran ya las cuatro de la mañana, tenía la decisión firme de seguir cortándome las heridas que se habían introducido en mí hasta que ya dentro de mi habitación pensé de manera clara y profunda concluyendo que la única persona que estaba mal era yo. Con una música tan poco acorde a la situación, con rimas de desaire y violines perfectamente ejecutados seguí mi desventura hasta que salió el sol. Tuve la necesidad de levantarme al baño y ver mi cara de frustración frente al espejo viejo que había dejado el inquilino anterior. Tras haber golpeado el espejo una y otra vez viendo como se cortaba y rompía mi corazón como los pedazos que habían volado a no sé donde escuché que alguien tocaba la puerta tan amablemente que no pude evitar abrirla.

Ya sabía yo que me había equivocado de manera fatal y que eso de golpear espejos no iba conmigo así es que me senté unos cinco segundos para pensar donde podía encontrar algo que cubriera aquella herida que me había provocado hace tantos años. Encontré una gorra que me habían regalado en navidad e inmediatamente me incorporé a abrir la puerta, era un cartero.

Aquel cartero me dijo que había sido su trabajo buscarme por años y que finalmente ahí estaba para entregarme algo que quizá cambiaría mi vida: Una carta. Se fue sin antes dejarme de abrazar fuertemente porque eso era también su trabajo, inmediatamente y de manera inútil rompí el sobre que contenía palabras de la última persona de la que esperaba palabras (mi primer y único amor real). Tratar de transcribir lo que decía la carta sería hacerme daño y literalmente escribir palabras que por sí mismas llorarían, así es que solo me queda el recuerdo de un pedazo de papel de aquella persona a la que nunca renunciaré por más daño que me haga. Perdóname me escribió, perdónate te contesto.

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