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jueves, 25 de noviembre de 2010

Sábado por la tarde

Debido a que todos los viernes por la noche solía salir con mis amigos a embriagarme y a jugar a los filósofos incomprendidos los sábados por la tarde se volvían todo un martirio. La cruda que sentía sólo podía ser equiparable con el pesar sentido por todos cuando tienes el cuerpo cortado debido a un contagio gripal. Existen mitos e historias que narran las personas de edad respecto a la cruda, todos ellos hablan sobre ese dolor de cabeza provocado por el whiskey o la típica diarrea generada por el Bacardi blanco y peor aún hay quienes afirman tener ese malestar tan peculiar de codo provocado por el ácido úrico que si bien es cierto no es del todo doloroso sí es muy incómodo. En lo personal debo admitir que sufrí todos esos fastidios mismos que sólo eran combatidos con un sueño vespertino de tres horas aunado con dos litros de agua mineral.

Mi vida corría a un ritmo acelerado donde las horas se escurrían como lo hace la gente que va al trabajo a las ocho de la mañana, mis actividades no eran tan complicadas como las de otros sin embargo mi corazón comenzaba a agitarse de cualquier cosa, dejé por un rato el deporte y eso generó un malestar personal que fue remunerado con los sábados por la tarde.

Aquellos días sabatinos nublados eran físicamente terribles, recuerdo perfectamente ese olor tan peculiar que dejaba en mi habitación, recuerdo además el hedor a fiesta que había dejado en el pantalón debido a la noche anterior y como no recordar aquel sentimiento de podredumbre que sentía por el sólo hecho de acordarme de todo lo que había hecho un día antes. Me acuerdo haber bajado a la cochera, abrir el carro y encontrar latas de cerveza e inclusive en dos ocasiones ropa interior. Incontables veces sucedió que el viernes salía de casa con una playera y regresaba el día siguiente con una distinta.

Todo se iba complicando, mi madre y yo dejamos de tenernos confianza, mis amigos se estaban volviendo mi familia, mi ex novia se iba a casar con su nuevo novio…hasta que llegó la mujer que transformó la fatalidad del sábado por la tarde en un paraíso que sólo yo podría entender. La mujer de la que hablo jamás fue mi pareja, ni mi novia, ni nada cercano a eso.

La conocí en una fiesta nice de unos primos del amigo de mi mejor amigo. Recuerdo que la reunión era aburrida, la música que escuchaban oscilaba entre los ritmos de Luis Miguel, Miguel Bosé y Ricky Martin, la bebida era cara y de mal gusto, las mujeres parecían todas ellas recién egresadas de la universidad y los hombres eran una especie de medianos empresarios conductores de camionetas de cuatro cilindros. Dentro de todo ese ambiente fútil una mujer delgada con el cabello recogido me invitó una vulgar cerveza, sabiamente y por cuestiones de cortesía decidí aceptar. Inmediatamente y con experiencia comenzó a orillarme a una esquina de un balcón donde perfectamente se podía ver el valle de la ciudad, con sus piernas largas no dejaba que me escurriera de aquella esquina, con sus brazos enredados en mi cuello no permitía moverme a libertad, con su dicho me perturbó y con sus labios me convenció.

Aparentando el éxito que las universidades costosas suelen darle a sus egresados ella me decía sentir el peor de los dolores que una mujer puede sentir: El engaño. El tiempo le había mostrado que los hombres de los que se había enamorado sólo sentían compasión de ella y que aunque insistiera en que sola podría llevar una relación sentimental, los malos resultados le enseñaron la verdad. Todo eso me lo decía con cuatro o quizá cinco horas de tomar whiskey, cuestión que en principio me hizo dudar de la certeza de sus palabras. Pasó la noche y comenzó la mañana. El frio de la madrugada citadina fue neutralizado con un par de cobijas de lana y unas cubas. Nos despedimos y sin razón alguna dijo me marcaría por la tarde para ir a comer cualquier cosa, dudé que lo fuera a hacer y sin razón le di mi teléfono para de alguna manera quedaramos de acuerdo.

Llegada la tarde, como lo narré arriba, comenzaron los pesares de la cruda. Estaba dispuesto a tomar mi sueño de tres horas y justamente cuando empezaba a abrazar el cojín decorativo y comenzaba a acomodarme para mi sueño profundo sonó el N-Gage, lo tomé y contesté la llamada del número desconocido con el deseo que fuera mi acompañante de la noche anterior. Para mi fortuna era ella.
Recuerdo haber ido aquel día a unos tacos cerca de casa, yo me sentía como en las nubes por el simple hecho de que una mujer de esa índole (exitosa, con dinero, reconocida, guapa y sincera) tuviera la necesidad de buscarme a mí un simple alumno de una preparatoria como cualquier otro. Los tacos me cayeron muy bien puesto que necesitaba un asiento en el estómago como para poder ingerir cualquier otro tipo de comida. Mientras comíamos no cruzamos sino tres o cuatro palabras, la incomodidad reinaba la situación hasta que se desplomó llorando. Comenzó con el mismo discurso de la noche anterior mientras yo pensaba en mi ex novia y el estúpido de su ahora esposo. Siguió hablando y dejó de llorar hasta que concluyó su monólogo cuestionándome: -¿A ti que te hace falta?-

Después de haber escuchado esas seis palabras se me conmovió el corazón y pensé que si ella estaba dispuesta a abrirme sus sentimientos sería justo que le correspondiera de alguna manera. No se me ocurrió una respuesta más honesta que decirle: Que alguien me abrace. Al momento que escuchó mi respuesta cambió su lugar en la mesa en la que habíamos terminado de comer y como una noche antes me abrazó como lo hace una madre con su hijo. Yo recosté mi cabeza sobre su hombro mientras ella acariciaba mi mentón y cuello de manera constante.

Así fue como comenzó una amistad hermosamente fugaz donde dos personas se complementaron de manera perfecta. Yo era los oídos de ella y ella era mi afecto. Seguir escribiendo o hablando sobre todo lo que hicimos juntos resultaría en un libro de unas doscientas hojas y como esa no es mi intención espero que este par de páginas haya transmitido algo o al menos al que lo lea le haya hecho sentir bien porque a mí sí me hizo recordar buenos tiempos. Tiempos memorables que quizá algún día alguien se emocionará al escucharlos.

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