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martes, 12 de octubre de 2010

Mi niño


Cuando era niña corría tras mi madre cuando ella salía por el mandado, lloraba cuando caía de rodillas al suelo, reía cuando veía las caricaturas, acompañaba a mi hermana a todos lados aunque ella no quisiera.


Pasaron los años y llegó mi juventud, para mi pesar dejé de ser niña y me convertí en toda rebeldía. Lo que decía mamá eran puras cosas de viejitas, mi hermana se fue de casa porque nunca toleró que papá le diera ordenes. Mamá se iba haciendo más viejita y más regañona y yo estaba conociendo el amor de la manera menos recomendable.

Cumplí quince años y me convertí en mujer, me enamoré del que se suponía sería el hombre de mi vida. Cuando lo conocí me pareció el más guapo de todos. Él había dejado la escuela para trabajar y así ayudar a mi suegra, eso me

pareció un detalle conmovedor que sólo contribuyo a que yo cayera perdidamente enamorada, a mí me parecía distinto a los demás, él llegaba de su trabajo e inmediatamente atendía las súplicas de su progenitora ¿Cómo me iba a negar a ser la mujer del hombre con el que siempre había soñado?

Yo sabía los horarios de mi príncipe. Sabía de qué camión bajaría y a qué hora lo haría, en principio le buscaba la cara e intentaba hacerme la importante frente a él. La verdad es que esa estrategia no resultó del todo bien. Luego pensé en llamar su atención exhibiendo mi femineidad, táctica que tampoco resultó. Desesperada de intentarlo una y otra vez estuve a punto de desistir a la conquista, entonces se me ocurrió la mejor idea de todas: Hacerme amiga de su madre. Mi suegra era toda humildad, tenía rasgos indígenas hermosos, ella morena de un metro con setenta, muy fuerte, cabello blanco, pobre económicamente abundante espiritualmente.

Mi nueva madre y yo nos hicimos las mejores amigas del mundo. Ella me hizo comprender que mi rebeldía no significaba otra cosa sino molestia con la vida, cuestión que a sus ojos era respetable mas ahora recuerdo que ella insistía y re insistía en cuestionarme si realmente tenía algún motivo para estar molesto con la hermosa vida. Las visitas a casa de mi amado eran constantes y me convertí en una imagen constante en esa casa.

Debido a la constancia y a mi cambio de actitud cumplí mi objetivo: Comencé a salir con el que hasta hace pocos días significaba todo para mí. Mi madre y yo hicimos las paces, mi padre peleaba contra una enfermedad que los médicos nunca pudieron descifrar y yo me sentía ya toda una mujer a mis dieciocho años de edad.

Como me hubiera gustado que papá me llevara al altar el día de mi boda, como me habría encantado que mi hermana hubiera estado con nosotros ese día, como me hubiera gustado que mamá no me dijera las palabras que me hizo saber minutos antes de casarme. Yo entendía que no todo en la vida podía ser bonito y todo lo anterior me fue compensado al escuchar que el hijo de mi amiga, el amor de mi vida y mi esposo me aceptara en sagrado matrimonio ante la ley de Dios.

Me aparté de los brazos de mi madre y comencé mi vida matrimonial con mi marido. Los primeros dos años fueron de color rosa, él llegaba a casa con una sonrisa de oreja a oreja casi todos los días. Si no llevaba pan nos sacaba a mi suegra y a mí para cenar algo en la calle. La verdad es que no me hacía falta nada, yo me daba cuenta cómo me entregaba todo el dinero que ganaba para que alimentara y vistiera a nuestro hijo.

El pequeño había nacido justo un año después de habernos casado, por decisión de su padre nuestro hijo lleva el mismo nombre de su tío que fue el que le había enseñado cómo ganarse el pan de cada día. La verdad es que mi niño se parece en todo a su papá y aunque yo sepa que no es cierto me gusta hacerme a la idea que se parece a mí.

Cada domingo me levantaba por las mañanas a hacerle el desayuno a mis amores, todos nos apresurábamos a hacer nuestras cosas para ir a misa. Lo mínimo que podía hacer para agradecer todo lo que tenía era ir a la casa del Señor. Nuestra relación como pareja no había cambiado en nada. Él trabajaba mientras yo educaba a nuestro hijo y cuando nos veíamos nos disfrutábamos todos.

Ya tenía yo un par de años más cuando un mal día se me ocurrió la estúpida idea de ir a visitarlo al trabajo. Él por supuesto no sabía de la sorpresa. Encargué a nuestro hijo con mi suegra, tomé el camión y arribé al lugar donde desempeñaba sus labores. Me cuesta mucho trabajo escribir lo que sucedió, la verdad es que me gustaría contarlo de manera oral. Como sé que es imposible hacerlo les contaré lo que sucedió: Al momento de llegar a ese maldito lugar inmediatamente pregunté por él, sus compañeros tratando de cubrirlo dijeron que lo habían mandado a otro lado a trabajar ese mismo día. Yo impaciente seguí buscándolo hasta que lo encontré de una manera muy amistosa con la que se suponía era mi hermana, digo que suponía serlo puesto que el día de mi boda mamá me había dicho que en realidad ella no era mi madre sino que yo era su sobrina, mi verdadera madre había muerto el mismo día en que yo había nacido y mi padre ni siquiera supo de mí.

Mi esposo hasta la fecha no sabe que yo vi esa escena fatal. Pasé días enteros pensando en qué había fallado, quizá era la comida la que no le gustaba o que había subido un par de kilos desde que nos conocimos o tal vez nunca le gusté y sólo me aceptó porque su madre lo había influenciado. Pasé un infierno a su lado, mientras me decía que yo era su amor, su vida, su todo, su mujer…yo sólo me sentía su segunda, su premio de consolación, su trofeíto arrumbado.

Él nunca me alzó la voz ni siquiera intentó pegarme o lastimarme de manera emocional. Él hería de otra manera, cuando yo le decía que lo amaba él me contestaba lo mismo y de manera efusiva pero no verdadera. Pasaron unos cuatro meses de verdadero pesar, yo seguía cuestionándome el porqué había sucedido así y él seguía con su actitud de hombre perfecto.

Hablé de esto con mi suegra, ella por supuesto me tomó de loca e inclusive dudó de mí haciéndome preguntas como que si por las mañanas realmente iba al mercado o me iba a ver a mi amante. Eso para mí significó perder el único apoyo con el que contaba en la vida puesto que mi niño todavía era muy pequeño y no me podía ayudar a sanar mi corazón, mismo que estaba marchitándose mientras corrían los días y mi esposo fue haciéndose más cínico a tal grado de llegar oliendo a casa a vino barato y al perfume que sólo una persona en el mundo podía usar.

A los veinticinco años decidí salirme de casa, esto lo hablé días antes con mi esposo. Él sólo me dijo que si yo pensaba salirme de ahí era sin el niño puesto que si me iba con nuestro hijo seguramente algún día nos encontraría y que desearíamos nunca haberlo conocido. Mi marido se había convertido en un animal rabioso que de todo se exaltaba y gritaba,
Huí de esa casa directamente a la calle, ya no tenía con quién estar ni a dónde llegar. Decidí no salirme con mi hijo por las amenazas de mi esposo, espero que me haya comprendido alguna vez. Seguramente su padre le ha hablado pestes de mí y no esperaría que hiciera lo contrario.

He pasado malos años en la calle, económicamente no podría estar mejor…eso de rentar amor al mejor postor fue la única opción que me quedó puesto que hasta la fecha no sé hacer otra cosa. Sigo sufriendo cuando veo a mi hijo irse a la universidad, sufro cuando lo veo deprimido y no es por el hecho que lo esté sino porque ni siquiera sé lo que le pasa.


Decir que yo pago sus gastos sería tanto como chantajearlo así es que espero que nunca sepa quién es la persona que le paga todos sus gustos.

Hijo: Si alguna vez lees esto, espero nos perdones a tu padre y a mí. Te deseo suerte en tu vida y ten en cuenta que en cada oración que hago tú eres el primero por el que pido. Perdóname por no haber sido una buen madre, perdóname por haberte hecho daño…si hice eso fue por temor a que algún día alguien te lastimara mas yo sé que sufriste por mi culpa. Mi hermoso sólo recuerda que si hay alguien por quien sigo viviendo es por mi niño, por ti.




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